Hacia una subjetivación multivectorial

La relación entre el tótem y el saber 

Por Diego Rodríguez Duca   @diegorodriguezduca (instagram)  
Febrero de 2023

 

Les presento un binarismo:

¿O un Dios omnipresente, omnipotente, siempre igual? ¿O Heráclito siempre distinto, en sus infinitos ríos? ¿O el bien individual o el bien común? ¿O el patriarcado o la hermandad? 

Por favor, elijan.

¿Qué pasa si te mirás en un espejo manchado que distorsiona, que oxida? ¿Sos vos el que se ve ahí? Y si te mirás todos los días ¿seguís siendo el mismo?

La subjetividad podemos pensarla como una barrera permeable que ejerce lectura, litoral y confusa, entre lo que creemos que somos y todo lo que entra y sale permanentemente de nuestros cuerpos; cuerpos hechos de palabras, que son tomados por el poder, que ejercen el poder, que reproducen el poder y a veces, sólo a veces, son un poco conscientes de ello. 

La época es un relato de cierto sector imperante, que legitima prácticas morales de intercambio, define qué es la libertad y conceptualiza qué es un sujeto. Resumen brutal pero efectivo. Seguramente injusto. Habrá que ampliar. 

El modelo contracultural en el arte o la política, (que tal vez respondan a la misma lógica) es esa reacción sintomática al modelo imperante. Un no soportar más la sujeción. Un necesitar liberarse. Así, la llamada vanguardia puede presentarse como reactiva a la época, pero en función de ella, o elaborando la época y leyendo el hecho estético de diferente manera. Aclaremos que cuando hablamos de subjetividad estamos diciendo que cada sujeto construye desde su lectura inconsciente lo que vulgarmente llamamos realidad, que se vuelve intransmisible, que por estructura es única, que por definición es irrepetible.

Pensar la subjetividad del futuro me recorta y me pliega grulla de origami. Cosas que me pasan ante las paradojas. ¿Cómo hacemos para pensar la subjetividad del futuro por fuera de nuestro propio narcisismo, de nuestro ego? ¿Por qué sabríamos qué es lo mejor? ¿O acaso es un ejercicio de proponer, de ofrecer sobre la mesa eso que se nos ocurre, eso que deseamos? 

Pienso que la posibilidad ética es ofrecer, que ofrecer declina la potencia del poder, que invita a que el otro sea activo en la lectura, en la decisión. Y siguiendo la ética, porque a la ética siempre se la sigue por atrás, está el intento siempre incompleto de entender esa permeabilidad litoral de estar atravesados por el poder, por la cultura. ¿Qué significa esto? Que nuestras fantasías parten y reaccionan desde el discurso imperante de la época. Que la época es un discurso. Que si sentimos opresión probablemente fantaseemos con libertades. Que si sentimos tiranía y sometimiento soñaremos con justicia, que si nos angustia la discriminación querremos construir equidad. Dicho de otra manera, daremos necesariamente respuesta a la lectura que hagamos de la época, lectura que es diversa, pero que la estadística reúne y confirma en grupos de similares posiciones.

Partimos desde ese cuadro. Lo podemos partir, despiezar, desarmar como a la grulla de origami. También podemos volver a plegarla casi igual. Después abrirla o recortarla o volverla a plegar de otra forma. Podemos creer que la repetición es de lo mismo o que somos distintos a cada instante. Si creemos que somos lo mismo nos vamos a defender de la diferencia, y nuestros sueños o proyectos versarán por preservarnos del miedo y agregarán alguna comodidad que nos parezca tibia. Eso reproducirá al poder. Ahora, si nos reconocemos distintos en cada momento, en perpetua transición, en litoral algo confuso, así siendo un collage que habla, eso nos llevará a una producción a la vez siempre distinta. Producción de la diferencia que genera diferencia. Pensamiento que hace lectura sobre la posición propia de la cual partimos. 

Tal vez esa es la subjetividad que deseo para el futuro. Un futuro de las múltiples diferencias, de las diferencias asumidas como posibilidad ética, que invita y no obliga, asumida como desarrollo de los deseos desajustados de la coerción del discurso imperante. El deseo de Heráclito. 

Del otro lado mi temor, la reproducción que pretende la inmovilidad del sistema, la resistencia a lo múltiple, a lo distinto, el statu quo insistiendo en el resguardo de un poder que tiende a la centralización, esa es la idea de un dios inmóvil.

El poder es inherente a nosotros como la misma carne, la diferencia es si está condensado o desparramado, centrado o descentrado y si los pueblos están alienados o surgen una y otra vez en el deseo de despertar y ejercer su parte. 

El discurso hegemónico o discurso amo tiene varios núcleos en varias esferas (política universitaria, política cultural, política económica, política penal, política de salud, micropolítica familiar, tratamiento del propio cuerpo, valor del trabajo y así la lista se despliega). Funciona al modo del animal totémico que se apropia del mundo, de todo y todos y ejerce la función de saber, es soberano en la verdad, y casi todos le creen. Sólo a condición de descreer de esa verdad, de deconstruir la propia posición frente al amo, de desear no ser esclavo, es que el tótem puede ser cuestionado en su función. 

Es necesario romper la amalgama saber-poder. Si el saber no es de nadie por ende es de todos. Si el saber es subjetivo nadie tiene la verdad. Eso rompe con la idea de una verdad única que reina al modo de un dios o de cualquier discurso amo. Si la verdad no existe, o acaso no es única y el saber es saber hacer con la propia vida el poder pasa a ser de cada quien en igual proporción.

Siempre es necesario volver a pasar por Levy- Strauss y su lectura del totemismo como agenciamiento de poder representado en un animal que, en tremenda distorsión, ordenará al grupo humano desde la sumisión y la amenaza. 

Propongo pensar que la función del tótem se desplazó en su representación, ya despojada del imaginario de un animal, y tomó forma de capitalismo, de amo feudal, de marca de ropa, o sea, de los elementos biopolíticos de cualquier tecnocracia. Y con el agregado de la coexistencia de múltiples tótems en diversas áreas en una misma sociedad. La antropología conceptualiza un tótem por aldea, las sociedades posteriores, demográficamente mas amplias y de mayor complejidad en sus relaciones de poder, generaron una pluralidad en esta función del tótem.

¿Habrá que destituir al tótem? ¿Pintarle la cara de payaso?

Freud escribe “Tótem y tabú”, uno de esos textos que se resuelven en un universal al modo de la antropología estructural, que dotada de causalidad lógica, pretende abarcar y explicar una fenomenología humana. Ubica un padre que genera ambivalencia, amado y odiado, dueño de los destinos, de las mujeres, de los deseos podríamos agregar. Lugar de amo, lugar deseado, quien mata al padre ocupa su lugar y allí la repetición de la historia del Páter familia. Allí Cronos matando a Urano y Zeus a Cronos. De allí un Papa. De allí la marca de algún producto. Un héroe, un cantante famoso, un lugar de reinado. El que destituye a quien ocupa el poder se queda con su poder, a rey muerto rey puesto, he ahí una repetición patriarcal.

Propongo pensar al lugar del Tótem, del Padre, como el lugar del saber, del poder y de la verdad, que designa y regula el circuito del deseo. Tótem que aparece como lugar de poder y por ende de verdad en tanto impone una ley, pero es lugar de saber en tanto los que están bajo su ordenamiento le creen. Si no le creen, el saber se desprende del poder, la ley se relativiza y cae la verdad hegemónica. 

Hoy las mujeres han matado al animal totémico. El feminismo inscribiendo nueva ley. 

Lo cierto hoy es que podemos releer el banquete totémico con un sesgo heteronormativo. (En la época de Freud no existía la posibilidad de leer lo heteronormativo como concepto)

En el mito hórdico el padre de la horda es aquel que priva a los hijos varones del acceso a sus mujeres, mujeres como "mercancía". 

“Hay ahí un padre violento, celoso, que se reserva todas las hembras para sí y expulsa a todos los hijos varones cuando crecen…” (Freud, 1913; 143).

Priva a esos varones de su deseo de acceso a tener y hacer con sus pertenencias, los priva también de poder. En otras palabras, los goza. Dada esta situación, escribe Freud, los hermanos se unen complotando y asesinando al padre como único modo de empoderamiento y acceso a aquello que desean, y única supuesta salida para dejar de ser gozados. 

El resultado de su particular banquete, de esa devoración del padre, es la culpa. Culpa que instala una ley, un nuevo ordenamiento biopolítico que va de lo externo a lo interno, o sea, de una ley sostenida en la amenaza del padre primordial a una ley basada en la internalización por la culpa del crimen. 

¿Y las mujeres no deseaban, no promovían el asesinato para dejar de pertenecer al padre, no querían huir? ¿Qué les pasaba?,  ¿Acentuaban sin más su lugar de mercancía?

Esta articulación teórica del totemismo hecha por diversos antropólogos y tomado por Freud en “Tótem y tabú” elude la subjetividad de las mujeres.

En otro ángulo, el animal totémico es una representación simbólica de una función de privación y sometimiento encarnada en alguien, o acaso, en algo.  Sus registros comienzan con el soporte simbólico en un animal, desplazándose al padre, y podemos conjeturar que siguió desplazándose a todo aquello que funcionó como privador, como gozador. Así, reyes, feudos, religiones, aparatos biopolíticos en general son lo que encarna este desplazamiento. 

Hoy, el nuevo animal totémico es el propio capitalismo, sistema que lleva al límite el concepto de mercancía, es el que regula la mercancía dialectizada entre los deseos y los goces. Y se expresa en el mercado en sus dos formas actuales, el capitalismo en sí y el neoliberalismo. “Mercado” es el nombre actual del territorio de injerencia de poder del tótem.

¿Y las mujeres, o aquellas que se organizaron en ese movimiento llamado feminismo, qué particularidad tienen hoy? 

Las mujeres desearon. Decidieron no ser mercancía. Esa fue la decisión. Decidieron unirse contra el animal totémico actual: ese patriarcado sostenido en el capital de uso, de utilidad, que regula cuál es su lugar, qué hacer con sus cuerpos, con sus embarazos, cuánto vale su trabajo, qué son. 

Se unieron para matar al animal totémico mientras los hombres en su mayoría miraron cobardes pactando con el padre hórdico. Porque también lo admiran y se identifican a él. Porque no encontraron aún en su mayoría una otra versión. 

Ese feminismo tiene otra particularidad que se lee en el avatar de la contingencia de nuestro tiempo: no tiene culpa. Pero ¿cómo se puede matar sin culpa? ¿Qué ley deviene de un otro lugar?

Se trata de leerlo inversamente. Al establecer, luego de la caída del tótem, una ley soberana sobre el propio cuerpo, una ley liberadora, la culpa no tiene función. La culpa no libera, somete de otro modo, queda con el peligro a cuestas. La convicción de justicia por fuera del Otro es lo que libera del Otro y de la culpa. Llamamos Otro al lugar del inconsciente que opera como función de la figura de los padres en la infancia, desplazada mas tarde a las figuras de autoridad.

Los hombres, al matar al padre, lo devoran con crueldad y en la crueldad está su culpa, no en la necesidad de liberarse. Si se lo mata sin crueldad, solo con convicción, la culpa no opera necesariamente.

"... odiaban a ese padre que tan gran obstáculo significaba para su necesidad de poder y sus exigencias sexuales pero también lo amaban y admiraban tras eliminarlo, tras satisfacer su odio a imponer su deseo de identificarse con él. Forzosamente se abrieron paso las mociones tiernas avasalladas. Entre tanto aconteció en la forma del arrepentimiento. Así nació una conciencia de culpa que en este caso coincidía con el arrepentimiento sentido en común" (Freud,  1913, 145)

Las mujeres no lo devoraron. No hubo banquete. Simplemente lo mataron soltando su cadáver para existir en un por fuera, en un entre sí, que las constituye dueñas de sí mismas, de su deseo. 

La tarea de pensar las múltiples maneras de matar simbólicamente al Otro, esa sigue siendo nuestra causa. Matar al tótem, al padre, al rey, es matar al saber como lugar único y hegemónico, que insiste en repetirse si y en tanto si, el hijo se somete al padre o lo mata y en la culpa lo reproduce sustituyéndolo por otro o por él mismo. Pero la culpa se neutraliza matando al saber, y remplazándolo por un saber relativizado, de cada quien, sin patrimonio sobre otro, rizomático, único. Sólo el lenguaje está en común con el otro. 

El futuro que les convido es: a cada tótem que insista en erigirse se haga virtuoso un pueblo que lo deconstruya y se organice más allá de él, que esa centralidad no determine el funcionamiento de lo múltiple, que lo múltiple se haga, descentre y produzca la  caída de ese goce perverso de quien se ordena soberano sobre el resto. No es una revolución, no es rebeldía, no es reactividad. Es una posición deseante para sostener la posibilidad de libertad, en su ejercicio, en la responsabilidad de cada quien, en la convicción del otro como parecido, nunca enemigo, nunca sometido ni sometedor. 

Sólo a condición de la caída de lo enemigo como establecimiento del lazo, lo múltiple quedará preservado como práctica de los pueblos. ¿Idealismo? Seguro, ¿y qué? ¿No es eso lo que inaugura nuevos sentidos? 

Cada uno verá qué hace con su grulla de origami. Las posibilidades son muchas, yo en mi grulla, me reescribo.

 

 

 

Sobre el autor:

Diego Rodríguez Duca, escritor, poeta y psicoanalista. Publicó "La tragedia fluye" (Editorial Zama), y "Buitres bañan venados" (Editorial La Yunta. Siendo miembro del grupo Territorios publicó con ellos "Experiencia de saber" "Clínica pulsión y escritura" (Editorial mármol izquierdo) y colaboró con "Más allá del principio de placer" de Juan Carlos Cosentino.